sábado, 2 de febrero de 2008

AYERYHOY DE HUERTELES.-EL OLMO MUERTO






EL OLMO MUERTO
Pertenece al ayer


No hacía dos horas que me encontraba visitando el pueblo de Huérteles, situado en la zona conocida como Tierras Altas, de la ensoñadora provincia de Soria, cuando vi, dentro del atrio de la iglesia, en la parte izquierda, aquel añoso, viejo alto e imponente tronco de un olmo que debía hacer unos cuantos años dejo de tener savia y vida.
Me senté en un banco corrido de piedra que hay en el frontis de la entrada al templo.
Una vez acomodado dentro de lo posible por la dureza del asiento, me dediqué a mirarlo detenidamente.
Sentíame admirado, maravillado de su corpulencia, esbeltez, arrogancia y enorme belleza. Entorne los ojos ignoro si por la fuerza de la luz del astro rey o para imaginármelo con vida y toda grandeza que un día no lejano debió tener.
¿Qué habría visto y presenciado durante su existencia? Su situación era de privilegio, desde donde habría contemplado bautizos, muertos, comuniones, bodas, réquiem por los difuntos.
Sus ramas podrían conservar perfectamente guardados los sonidos de las campanas tocando al ángelus, gloria, arrebato, a concejo, a las fiestas, a muerto, seguramente escuchó el toque lúgubre durante toda la noche y madrugada, rítmico y monótono, producido por las campanas el 1 de Noviembre.
¿Qué quedaba de la vida de un pueblo que, al igual que él, se encontraba solo, viejo, añoso y olvidado?
Cuánto me gustaría dialogar con él, preguntarle y que contestase todo lo visto y vivido durante los muchos años de su existencia. ¿Qué sucedidos serían los que con más cariño recordarse, los más dulces, dolorosos, alegres, tristes y felices y aquellos que más le impactaron y si sus sentimientos serían de mimetismo absoluto?
¡Pena es que los árboles no hablen! ¡Lamentable carezcan del poder de la palabra y de la inteligencia!
Te equivocas joven y permíteme que te hable así porque podrías ser, si de mi especie fueses, el recién nacido de mi séptima generación.
Sobresaltóme aquel comentario. Sólo podía haber sido efectuado por el olmo.
- No te cause extrañeza, no intentes buscar explicación, esta es mucho más lógica de lo que tu mente puede imaginar.
- Los árboles, siguió diciendo, al igual que los animales, incluyendo a los humanos, somos seres vivos y tenemos unos poderes que hemos desarrollado a lo largo de los siglos. Nuestro organismo se diferencia completamente de los demás seres vivos, eso no creo que ya que explicarse por bien sabido.
Los hombres creéis que cuando alguien nos golpea carece de importancia, algunos pensáis en ocasiones, ya que esa facultad es carente en muchos de vosotros al igual que en los de mi género, que no sentimos ni padecemos ¡Oh, cuán equivocados os hayáis!
Nosotros podemos estar comunicándonos al estar utilizando contigo un sistema ultra sensitivo y sensorial equivalente a ondas telepáticas que en rarísimas ocasiones podemos usar debido a la increíble dificultad de hallar a un humano que tenga las facultades de percepción como tú.
He escuchado tu pensamiento de mí, me ha gustado y enternecido, he comprendido tus sentimientos en los que hallo enorme sensibilidad, decidiendo ponerme en contacto contigo para mantener un diálogo de información y respuestas a las que se interesantes preguntas que deseas formular.
Comprenderás al terminar nuestra conversación que no siempre lo que ves o piensas que estás viendo es así.
Muchos años son pocos para hallarme en este estado, pero repito que nuestra vida, al igual que la vuestra, se acaba a los pocos días, meses, años o siglos.
Nosotros hasta los cuarenta o sesenta años no nos consideramos adultos, también es cierto, fácilmente puedes comprender que el tiempo llamado edad es bastante distinto para unos y otros, para ti cuarenta años son muchos, para nosotros es el comienzo, recuerda que existen congéneres cuya longevidad, en este caso también para nosotros es de más de setecientos años.
Pregúntame cuanto quieras. Innecesario es que utilices la voz si no te apetece puesto que como ves nuestra comunicación hables en voz alta, piensa lo que deseas como información que yo percibiré tus ideas lo mismo que por mi parte te transmitiré la contestación.
- ¿Qué es lo que más feliz te haría y mejores recuerdos mantienes?
- Compleja y difícil es tu pregunta, ten en cuenta que pertenezco a la especie de hojas caducas y por lo tanto no puedo fijar un hecho diferenciado según las circunstancias, las estaciones del año importantísimas para mí, nunca es igual primavera-verano con respecto al otoño y menos el invierno.
- Hablemos entonces de las estaciones más bellas que tuviste, que sin lugar a dudas, serían primavera y verano.
- Cuan equivocado te encuentras, me parece increíble que un joven sensible, algo romántico y soñador como tú, no comprenda que todas ellas son hermosas, posiblemente por eso mismo.
- ¿Es cierto que las estaciones que has mencionado son enormemente cautivadoras?
- ¿Imaginas por un momento lo estupendo que representa cuando la nieve cubre tus ramas y el suelo? Eso es grandioso, ¿sabes que la acumulación de copos por la noche quedan helados para terminar con los insectos que camuflados en nuestra corteza se preparan para atacarnos y alimentarse de nosotros en los meses primaverales y del estío?
De todas, el otoño es la más triste, solamente me consolaba el ver los tonos de las hojas según van desprendiéndose de las ramas, la plasticidad y el cromatismo que adquieren es lo único que consuela el dolor de perderlas e ir viendo como nuestro cuerpo se empieza a desnudar ocasionando un gran dolor.
Me has preguntado, continuó con su diálogo, que es lo que más me impresionó refiriéndote al estío, según me ha parecido deducir. En esos meses de verano, sobre todo los de julio y agosto.
Hace unos sesenta años aproximadamente este bonito pueblo, en ese punto seguramente estarás de acuerdo y reconocerás que es precioso, era habitado por bastantes personas y aún cuando parezca increíble, contaría con más de treinta, entre niños y niñas.
Era costumbre que a la caída de la tarde, cuando el cielo toma los tintes rojizos del próximo anochecer, el reunirse los adultos en el atrio, ocupando esos bancos corridos adosados al frontis, en el mismo que tú ocupas, los hombres separados de las mujeres posiblemente porque venían a dar a la lengua mientras hacían punto; eran las de más edad ya que las jóvenes casadas o solteras de edad se encontraban preparando la cena y la comida del día siguiente para aprovechar éste en ayudar a los hombres en las tareas del campo.
Los pequeños se situaban bajo mis enormes ramas y cantaban y jugaban a sus juegos infantiles. Después he sabido que aquellas canciones y juegos eran iguales en otros lugares y pueblos, aún estando muy lejanos.
Había dos cancioncitas que siempre me ilusionaban por su candidez y entusiasmo. Espera, intentaré recordar algo de ellas. Una decía así:
“Al corro de la patata” esto lo cantaban cogidos de la mano y formando un círculo, avanzando y retrocediendo según las notas o levantándose y agachándose en algunas ocasiones. Pero sigo con la canción: “Comeremos ensalada como comen los señores, naranjitas y limones, achupé, sentadita me quedé”; y en ese momento, tal como decía la letra, se sentaban en el suelo. Fíjate que digo que se sentaban las niñas, jamás los niños. La estrofa final es: “Agachadita me quedé”, por lo tanto los niños no podían admitir el femenino, muy celtibéricos son los habitantes de este y otros lugares de Tierras Altas.
Al paso de tantos años y oír tantas y tantas veces esta misma sonata que la cantaron los hijos de los hijos durante largas generaciones, nunca he podido entender que tuviese atractivo algo tan absurdo e incongruente.
Eso me enseñó a no intentar comprender al género humano son realmente absurdos e incomprensibles.
Otra que haciame temblar desde los brotes de la copa hasta el último filamento de mis raíces era:
El tronco demostraba encontrase entusiasmado con sus recuerdos y relatos y por mi parte tan interesado que no osaba pensar en nada para no distraerle, pero saqué la pluma y el bloc comenzando a anotar todo el comentario y relato de mi ya buen amigo, el viejo tronco, con el fin de no olvidar ni una sola sílaba.
El continuaba un nuevo relato y me prepare para absorber la más insignificante letra.
- Aquella otra la interpretaban de diversas maneras, comenzaban situados en círculo, uno frente a otro u otras, cambiando de vez en vez de lugar, sitandose uno en el lugar por el de en frente; en otros momentos se cogían de las manos o giraban; otros apretaban o ensanchaban el círculo o formaba la circunferencia unidas las manos de y también se agachaban en ocasiones.
Sigo: “El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás. Se nota que son retoños humanos ¿Verdad? Donde estará la originalidad del patio, cuando demuestra a continuación que son todos idénticos, sin tener ninguna diferenciación, seguía más todavía:
“Agáchate y vuélvete a agachar, que los agachaditos no pueden pisar”. Qué bobadas, si se agachan, y lo hacían, es mucho más fácil poder pisarles. En fin, dejaré los comentarios para finalizar, sino, se hará muy larga la referencia y el relato.
Continuaban así: “H, I, J, K, L, M, N, A, y si tú no me quieres otro/a niño/a me querrá. Corre, corre, que te pillo, estirar, estirar. Corre, corre, que te pillo, agachar, agachar que el demonio va a pasar”.
Como puedes comprobar es de lo más tontorrón que imaginar se pueda. Claro que te estoy recitando algo que con seguridad tú también conoces ¿verdad?
- No te preocupes, puedo afirmar que jamás la he oído cantar ni explicar mejor que tú lo has hecho. Prosigue con tus recuerdos, por favor, no te entretengas.
- Prosigo, pues no te cansa el relato. A pesar de lo bobo de las canciones reconozco que tenían algo bueno, posiblemente fuese la ingenuidad de los pequeños o el entusiasmo que ponían.
Durante las horas de medio día, esas que el sol deja caer sus rayos con más fuerza que Júpiter bajo mi frondosa sombra resguardándose de los mismos, los niños solían jugar al gua, consistente en hacer un agujero en el suelo y empleando unas bolas, las más cotizadas para ellos eran aquellas que habían sacado de las botellas de gaseosa, eran de cristal. Me parece que me despisto un poco, puede que tú no hayas tenido el placer de conocer aquel tipo de envase, puedo asegurarte que era un encanto ver a los niños o adultos mover con fuerza el casco del cristal, empujar hacia dentro la bola que obstaculizaba la salida del agua azucarada y gasificada, levantarla sobre la nariz y recibir en sus bocas el fuerte chorro del líquido.
En esos años, el tomar una de esas gaseosas era un verdadero artículo de lujo. Mientras los niños jugaban al gua, las niñas aprovechaban el espacio, siempre bajo la protección de mi sombra, para jugar a un juego conocido aquí alunela, sin embargo cuando podían también les gustaba participar en él, consistente en pasar un tejo o piedra plana mediante un pie, el otro lo mantenían encogido por unos cuadros pintados. Sí, eran bellos años de los que guardo gratos recuerdos. Innegable es la felicidad que sentía cuando las puertas de la iglesia abrían para dar paso al bautizo de un pequeño y mucho más a la salida ya que en esta ocasión los padrinos del bebé tiraban monedas y caramelos a los niños que se habían reunido bajo mis ramas, los momentos eran muy felices, de verdad que lo eran.
También en múltiples ocasiones los niños no solamente me producían felicidad, había momentos de dura desesperación y tristeza cuando unos cuantos apostados bajo las ramas y provistos de un tirador o tirachinas, que consistía en dos gomas cogidas a una horquilla de madera, metal o alambre enroscado y con un trozo de badana al final de las mismas donde depositaban una piedra o plomo y furtivamente se dedicaban a vigilar donde estaban situados algunos gorriones o jilgueros, que lo único que hacían esas bellas y cantarinas aves era deleitar el ambiente con su musical trino o gorgojeo para una vez que los localizaban tensar aquellas malditas armas y apuntando a las pobres avecillas disparar la piedra o plomo para terminar con su vida y regocijarse cuando la certera pedrada o plomazo había terminado con la vida de uno de los pajarillos, quizás en uno de los momentos donde su garganta cantaba pletórica de orgullo a la vida. Eso era doloroso, los pajarillos pensaban que mi protección con ramaje y hojas era suficiente para evitar el ataque absurdo y cruel de aquellos niños, por eso cuando caían al suelo muertos creía oír que decían: ¿Por qué han permitido que nos abatan bajo tu manto? Estoy seguro que en esos momentos la savia que recorría mi tronco y llegaba hasta la última hoja de mis ramas se paraba y su fluidez quedaba durante unos segundos interrumpida.
Pensaste hace un momento sobre los toques de las campanas de la iglesia. ¿Sabes por casualidad que conozco más de treinta y siete clases de toque campanero que indican momentos totalmente distintos y que servían para dar a conocer a los habitantes una serie de causas que originaban estos y que les advertían de peligros, alegrías, oraciones y acontecimientos? Pues es cierto, tú mentalmente has recordado la noche del 31 de Octubre, conocido también como una noche de difuntos. A pesar de los toques lúgubres dados de forma machacona durante toda la noche, no dejaban de tener cierto encanto y belleza, mis ramas en esas fechas se encuentran desnudas, carecen del vestido que les proporcionan las hojas primaverales y veraniegas. Las nieblas, los relentes y las escarchas, cubre tronco y ramas, sobre todo las últimas cuando caen con fuerza y la amanecida es fría posiblemente quede más embellecido con la blanca escarcha que con los copos de nieve y los carámbanos que se forman. Por regla general esa fecha corresponde a días fríos, hay quien dice que son tan fríos como la misma muerte, sin embargo esta no es tan fea como se dice, tú mismo estás delante de un cadáver y mi viejo tronco y mis pocas ramas te han hecho sentirte atraído por mí, no me has visto feo, sino más bien todo lo contrario, te ha cautivado mi presencia, entonces, ¿por qué demonios los mortales humanos dicen que la muerte es fea?
Esa noche el rítmico sonar del tin-tan-ton-tun repetido unas diez veces y más de cien veces diez en vez de entristecerme, aunque la gente no se daba cuenta, mis ramas se elevaban al cielo en una sentida plegaria y oración. Bello, muy bello, muy bellos eran esos momentos.

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