jueves, 13 de marzo de 2008

ZARABES

Situado a 1.041 metros de altitud; su única entrada se encuentra en la carretera de Gómara a Monteagudo en el kilómetro 24, casi frente con el cruce de Abión.
Antes de llegar al pueblo, merece la pena hacer un alto a unos 200 metros de la carretera, en su margen izquierda, parte un camino o sendero que bordea el denominado Monte de Zárabes. Para todo amante de la naturaleza es aconsejable hacer este recorrido; se encontrará con un bosque constituido por rebollos, robles, chaparras, algunos pinos, etcétera, su suelo cuajado de tomillo, romero y espliego, le llenará los pulmones de un aire impregnado por un conjunto de todos los olores que producen tan aromáticas plantas que le hará sentirse ligeramente drogado de placer, embargándole una ligera sensación de flotar, de hallarse fuera del mundo, se encontrará flotando por lugares etéreos. No, no es exageración de mente calenturienta, desde ahí mismo podrá contemplar uno de los más maravillosos, extraños y encantadores paisajes que se pueden ver. Teniendo la ventaja de que en los días de gran calor, el aire es refrescante, y en los fríos días de invierno, aún cuando la nieve cubra su suelo, el frío es mucho más llevadero que en ninguna otra zona despoblada. El paisaje desde este lugar nada más puede ser superado exclusivamente por el de La Peña del Alcázar, y así y todo en algunos momentos equiparable, me parece que solamente por esto, merece la pena el visitar la zona y el pueblo.
El pueblo está habitado por cinco personas; todas ellas de edad avanzada. Desgraciadamente –aunque nunca es tarde si la dicha es buena-, reza un antiguo refrán, que en este caso nunca mejor puede ser aplicado, le han instalado teléfono rural y acometida de aguas y alcantarillado. He dicho desgraciadamente porque estos servicios debieron tenerlos bastantes años antes y a lo mejor se hubiese evitado el abandono masivo de sus gentes. Sigue careciendo del más leve signo de pavimentación.
Su iglesia, románica primitiva, reformada seguramente en los siglos XVI ó XVII, se encuentra lamentablemente sentenciada a desaparecer, al haber cedido los cimientos y produciéndose por dicho motivo enormes grietas en sus muros, que prácticamente hacen insalvable su existencia, casi se puede asegurar su descendimiento al mismo tiempo que el pueblo dentro de no muchos años.
Visiten sus pocas calles y casas que quedan miren la panorámica desde su parte norte y este, aún siendo la misma que anteriormente hemos visto desde su monte, comprobarán con asombro que se transforma, se distorsiona, que queda convertido en bellezas contrapuestas, que cambian colores y formas, sentirá como si el aire o la brisa le murmurase en forma presuntuosa ¿Te gusta? ¿Lo encuentras hermoso? y se encontrarán contestando sin darse cuenta. Sí, es lo más grande, inmenso y bello, y nosotros, hombres insignificantes, nos tenemos que rendir en justa reverencia ante tanta grandiosidad y encanto.
Comprobar que un pueblo tan bonito esté sentenciado a muerte, que será otro de los muchos que terminen en el más triste y espantoso olvido, indigna y nos debe hacer pensar el porqué lo permitimos, qué razones han obligado y obligan a ello.
¿Explicación? ¡Ninguna! Solamente me causa una sensación de asco y pena unidos a otra revulsión e indignación a que éstos casos se den de forma tan seguida y continuada. Que hayan existido, existen y seguirán existiendo, esos grupos de mandamases o mandamenos, formados por desaprensivos y egoístas personajillos (aún cuando ellos se hallan, estén y estarán convencidos de que son grandes) que permitan y se permiten destruir de forma tan vil la naturaleza, pueblos, historia, y arte amparados por la abulia, abandono y desinterés de sus habitantes. Solamente desearía no tener que rezar otro Réquiem. AMEN.

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